JERZY HAUSLEBER, SEMBLANZA

Redacción: Juan Ramón Piña | Lectura: Daniel Bautista

Jerzy Karol Hausleber Roszezewska nació el 1 de agosto de 1930 en Vilna-Gdansk, Polonia. El lunes pasado se cumplieron tres años de que se nos adelantó en la ruta de la vida…

Nació en el periodo de entreguerras, cuando una relativa paz envolvía a Europa del Centro. Esa leve sensación de bienestar, si así se puede llamar a aquel difícil entorno, se rompió cuando la Alemania Nazi invadió su país.

Él contaba apenas con nueve años de edad. Fue un niño de la guerra, sus juegos consistían en descubrir minas que el enemigo alemán había escondido en su ciudad. Así pasó su adolescencia y parte de su juventud.

Quizá de esas duras vivencias venían su disciplina de vida, su respeto al prójimo y su fortaleza para imponerse a toda adversidad, como la muerte de su hermano mayor en esa terrible conflagración.

Por eso llegaba a decirnos:

“En tiempos de guerra el hombre toma el fusil para defender su bandera, en tiempos de paz toma el deporte para izarla”

Se tituló como ingeniero constructor de barcos, muy a modo con el sello de astilleros de su ciudad. Su gusto por el atletismo lo llevó a estudiar también una carrera de deportes, especializándose en pruebas de fondo.

Como atleta de marcha fue campeón nacional en 1954 en 10 km, en 1955 en 10 km y 50 km, y en 1959 en 20 km. Obtuvo plata en los Campeonatos de Europa en 1958. Su mejor registro fue de 1h 34’46’’ en los 20 km, en 1959… Bien pudo haber obtenido bronce en los Olímpicos de Roma 1960.

Llegó a México en 1966 junto con un grupo de jóvenes entrenadores en lo que ellos mismos llamaron el “Experimento Mexicano”, que no fue más que preparar deportistas para los Olímpicos de 1968.

En tan sólo dos años de trabajo se reflejó su capacidad al ganar José Pedraza la presea de plata en esos inolvidables Juegos.

Con el tiempo llegaron muchos éxitos, que no hubieran sido posible si su constante aplicación a la fisiología de la altitud, que analizó desde la Ciudad de México y los Volcanes hasta la Cordillera Real en Bolivia y algunas cotas del Alto Perú.

Fueron más de 100 victorias de sus atletas en el ámbito internacional y 10 preseas olímpicas que su presencia aportó directa o indirectamente a nuestro deporte: de ese tamaño es su contribución a México.

Sus éxitos llamaron la atención de otros países, que no lo tentaron a cambiar de aires. Sin embargo, su gusto por lo mexicano era tan grande que nunca aceptó moverse de país, salvo en una breve ocasión que lo hizo a Canadá, para regresar a segunda patria.

Tanto hizo por nuestro país, que la Presidencia de la República no dudó en reconocerlo con el “Águila Azteca”, máxima condecoración que entrega el país a un extranjero; ese mismo año, 1993, se naturalizó mexicano, aunque su adaptación al sentir nacional ya lo vivía desde muchos años antes.

En su “Experimento Mexicano” lo acompañaron su esposa Bozcena y sus hijos Tomás y Andrés. La señora y el vástago también lo acompañan ya en el cielo. Le sobreviven su hijo Andrés, nietos y bisnietos.

Que este Challenge de Marcha que lleva su nombre sirva como un humilde homenaje, pero muy significativo, a un gran líder, un maestro ejemplar: el mejor entrenador que haya tenido México en todos sus ámbitos.

Muchas gracias.